PUJAR
Pensaba en el mundo y aquello lo desvelaba. Si el teléfono llamaba su atención, lo miraba pensativo y se negaba a atenderlo. Quizás podía ser la muerte. El horror, el asco lo dominaban todos los días. Por eso reforzaba sus defensas. No era un desquiciado, sólo se trataba de un hombre con un plan.
Por supuesto que, pese a todo, no calculó el resquicio de la puerta y la capacidad de la muerte para usar un telegrama.
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